Si bien la noche anterior había salido a cenar por las poco transitadas calles de aquel pueblo cercano al Ecuador, ningún indicio tenía del amor que iba a encontrar.
Esa mañana amaneció nublado, oscuro. Nubes grises le quitaban la luz al paisaje. El pueblo se veía triste. La tristeza embargaba las calles y los negocios, cambiando el paisaje por completo.
Salí caminando rumbo a la playa y la tristeza se ampliaba. A medida que avanzaba, la tristeza también lo hacía. Mi soledad iba quitándole luz a todo aquello que pisaba.
Mi mirada estaba puesta en el cielo, más precisamente en el punto en el que éste se encontraba con el mar. Una delgada línea separaba el verde del azul. El contraste era llamativo y me gustaba sobremanera.
De repente, y sin indicio previo, salió el sol. Mi corazón cambió por completo. Los colores del pueblo aparecieron y mi estadía empezó a llenarse.
El cielo brillaba con intensidad y el viento... el viento era fresco y dulce. Jugaba con mi pareo mientras subía la escalinata del acantilado. Una vez arriba la vista cambiaba, se ampliaba. Magnificente. Inmensa. Mientras el sol se ocultaba detrás de las palmeras.
Me sacaste una foto con el paisaje de fondo y sosteniendo el pañuelo que llevaba en la cabeza para que no se volara y volvimos caminando a la posada. Moría por una ducha y poder pasarme un poco de crema por el cuerpo. A la noche, habías prometido, comeríamos cerdo y yo esperaba con ansias.
Esa mañana amaneció nublado, oscuro. Nubes grises le quitaban la luz al paisaje. El pueblo se veía triste. La tristeza embargaba las calles y los negocios, cambiando el paisaje por completo.
Salí caminando rumbo a la playa y la tristeza se ampliaba. A medida que avanzaba, la tristeza también lo hacía. Mi soledad iba quitándole luz a todo aquello que pisaba.
Mi mirada estaba puesta en el cielo, más precisamente en el punto en el que éste se encontraba con el mar. Una delgada línea separaba el verde del azul. El contraste era llamativo y me gustaba sobremanera.
De repente, y sin indicio previo, salió el sol. Mi corazón cambió por completo. Los colores del pueblo aparecieron y mi estadía empezó a llenarse.
El cielo brillaba con intensidad y el viento... el viento era fresco y dulce. Jugaba con mi pareo mientras subía la escalinata del acantilado. Una vez arriba la vista cambiaba, se ampliaba. Magnificente. Inmensa. Mientras el sol se ocultaba detrás de las palmeras.
Me sacaste una foto con el paisaje de fondo y sosteniendo el pañuelo que llevaba en la cabeza para que no se volara y volvimos caminando a la posada. Moría por una ducha y poder pasarme un poco de crema por el cuerpo. A la noche, habías prometido, comeríamos cerdo y yo esperaba con ansias.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario