jueves, 27 de septiembre de 2007

1 - El Encuentro

Eran las nueve y media de la noche y ella lo esperaba en la esquina del cine. Llevaba puestos unos jeans oscuros, un sweater marrón que combinaba con sus zapatillas, un abrigo azul, bufanda y un morral.

La noche era fría y el cielo estaba algo nublado. Metió sus manos en los bolsillos del saco y se coloco al final de la fila.

Ella no sabía que pensar de él. Era una persona muy introvertida y ella muy poco perceptiva. En las clases que habían compartido el no había demostrado mayor interés en ella. A decir verdad, habían terminado allí gracias a un comentario al aire que ella había tirado.

Hacía 10 minutos que estaba haciendo la fila para sacar las entradas para el cine, cuando sonó su celular.

“Estoy en la esquina de tal y cual calle” dijo y mientras guardaba el teléfono en su bolsillo lo veía aparecer a lo lejos.

La tenia la misma campera gastada de siempre: azul oscuro y con unos amplios bolsillos. Un pollover verde y un jean. Su manera de vestir no era lo que a ella mas la había atraído de él, aunque le gustaban las camisas a cuadros que solía usar arremangadas.

Al verla, él sonrió y se acercó a darle un beso en la mejilla. Su sonrisa era una mezcla de amabilidad y miedo, sinceridad y soledad.

Una vez compradas las entradas, debían hacer tiempo durante casi una hora. En ese tiempo ella se compró un helado, una bebida y lo convidó de cuanta cosa encontró a su alcance. Los nervios la hacían hablar de manera incontinente y caminar apurada.

Se hizo la hora del inicio de la película y se acercaron a la puerta. Repararon en que la cola era demasiado largo, y confiados en que las entradas eran numeradas, esperaron junto a la puerta a que ingresara él ultimo de semejante cola. Antes de que esto sucediera y mediante su típica sonrisa conquistadora, pidió permiso y entró al cine junto con él.

Ya estaba todo oscuro y la luz de los cortos que ya se proyectaban en la pantalla iluminaba la sala. Se sentaron sobre el lado izquierdo de la sala, en las 2 butacas más cercanas a la pared.

La película ya iba a comenzar.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Cambio

Nunca llamas y llamaste. Ya eso era sospechoso, pero no reparé en ello.
Solo querías decirme que todo lo que había planeado y hasta ayer a última hora habías confirmado quedaba sin efecto, o mejor dicho, vos no estarías ahí.
Mi tono de voz cambió. Asumo lo debes haber notado.
Mis respuestas instantáneamente se convirtieron en monosílabos y la relación, así como así, pasó a la siguiente etapa ... esa en que las cosas dejan de ser perfecta para ser reales.

Nothing else to say ...

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Viaje II

Pero no. No fue esa noche cuando lo conocí a él. Tampoco fue la siguiente ni la otra. Lo conocí durante el día.

Todo comenzó cuando al volver de la playa descubrí que habían dejado en la posada una nota a mi nombre. A la mañana siguiente tenía una cita en la playa: las dos argentinas que había conocido en al avión, me iban a estar esperando.

Así fue como a la mañana siguiente y luego de un desayuno bastante pesado, emprendimos la marcha. Fueron casi 40 minutos de caminata. El agua en nuestros pies y el sol en la espalda. Cómo lo extraño! El calor en la piel y el viento: tibio y suave.

Al llegar, las reconocí casi instantáneamente y después de un cordial saludo buscamos donde acomodarnos. Nuestras lonas sobre la arena y el sol en medio del cielo.

Ahí lo conocí. Recuerdo el momento como si fuera hoy. Había una enorme sombrilla de lona que hacía las veces de tienda. Ahí y con protector en la nariz, vendía bikinis de colores llamativos y de tamaño diminuto.

A primera vista no me sorprendió, es más, ni reparé en el. Pisando el metro ochenta y de melena morocha, tenía la piel bronceada y pasaba las horas entre mujeres que se probaban una y otra vez cada uno de las prendas.

Si había algo que lo caracterizaba, era su sonrisa: amplia, luminosa, casi perfecta.

Al partir, esa tarde, nos acompañó hasta la ruta donde tomaríamos el transfer que nos llevaría de regreso a la posada. Mandadas y hasta un poco inconscientes, o por lo menos eso diría mi mama, aceptamos.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Ariel


Tenia 27 años y en pocos días mas estaría inaugurando su propio restaurante. A una cuadra de la playa y con un toque de color. Comida internacional y platos fusión, solía decir. Ni el podía creerlo, mientras recordaba su lugar de origen y su pasado.

Era rubio y tenía unos hermosos ojos verdes. Varios tatuajes cubrían su piel bronceada y curtida por el sol. Su barba desprolija quedaba bien con esos jeans anchos que llevaba y esa camisa naranja que un nativo del río Amazonas le había dado como regalo un tiempo atrás.

Se movía con seguridad y era conocido por todos los lugareños de la zona, sin importar la edad.

De padre mozo y madre enfermera se había criado entre la villa y la playa, pasando su tiempo libre perdido entre las olas. Era el cuarto de cinco hermanos a las cuales no veía hacía bastante tiempo.

Trabajó desde chico hasta que un día, inquieto como era, quiso abandonar lo conocido y recorrer Latinoamérica. Así lo hizo. Quiso después, tener un hijo y vivir en pareja y lo logró.

Surfeaba con soltura y se divertía al hacerlo. Entrador de profesión y simpático por naturaleza.

Dejando atrás una esposa cantante y miles de profesiones, empezó un nuevo negocio y con el un nuevo amor y una oportunidad. ¿O habrá sido al revés?

Escuché al pasar ....

"No es importante cuanto vivas, sino como viviste el tiempo que te tocó vivir"